Un Sol rojo coronaba aquel atardecer.
La arena era blanca, fina,
pulido el espejo marino, intenso
el silbido del viento en mis oídos;
y tú aún estabas en aquella playa.
Dulce era el aroma de aquella brisa,
susurros soñadores que se elevaban,
llegaban al cielo y allí se quedaban;
y tú aún estabas en aquella playa.
Se doblaba el junco bajo el viento,
suaves olas mecían los segundos
de una pausada existencia;
y tú aún estabas en aquella playa.
Un tibio Sol bañaba mi piel,
persistía esa sensación tranquila
de plenitud, de realización;
y tú aún estabas en aquella playa.
Ahora, el Sol rojo se ha escondido del todo,
el viento ya no silba, ni vuelan los susurros;
el junco está quieto, y esa existencia
ya no es pausada.
Sin embargo, no hay que tenerle miedo
a la noche o a la oscuridad;
Ahora, tú ya has desaparecido de aquella playa,
sola y tranquila, espera el amanecer.
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