domingo, 4 de diciembre de 2011

Sin Título, 31.

Yo no podría. Es bien sencillo; yo no podría.

Es una frase simple, y, sin embargo, tras ella se esconde todo lo que puedas imaginar. Se ocultan no sólo emociones tales como la impotencia, sino una amplia gama de seres que, invisibles, tornan a la luz del grisáceo Sol cuando menos se les necesita.

Impotencia, rabia, ira, venganza, dolor, desesperación, cólera, amargo sabor, enfermedad del alma, de la mente y del cuerpo, furiosa tormenta que agita mi ser, odio, odio, venganza, venganza.
Dolor, tristeza, lamento ingrávido, impotencia plena, cólera hacia lo que más quieres, odio hacia lo que más odias, oscuridad, oscuridad, nada vuelve.

La muerte es ahora pureza: sin mácula, sin dolor, sólo el placer de no ser, de estar o parecer, de dejar de existir y sentir, vivir, vivir.
Morir, morir solo en un Universo frío y sin sentimientos, frío como el aire que respiras, solo como el rincón en el que se esconde tu agitada alma, sólida como la capa que has creado en ti y de la que no te escaparás en mucho tiempo.

Yo no podría. La Luna no podría. Las estrellas no podrían.
¿Quién podría, pues? ¿Podría esa invención mediocre que es la moral? ¿Podría la conciencia irracional y animal que me genera ansias de morir, y de matar muriendo? ¿Acaso algo de esto podría?

No. No podría.

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