me escondo y
me evado,
siempre vuelves, maldita, siempre vuelves.
Y, aprovechando el descuido,
voy a desatarte los lazos cortos de mi poesía,
voy a ahogar mis penas en tu cabello,
voy a amordazar mi dolor con tus manos,
voy a asfixiar mi angustia con tus suspiros,
voy a dejarme matar, lenta y suavemente, por tu sonrisa.
Sentado, por fin, en la playa,
me doy cuenta de que no voy a hacer otra cosa
que tirar un par de piedras al agua y,
jugando con la arena,
me dejaré en la orilla,
a merced de las olas.
Turbio violín de ébano,
dulce melodía que mueves el viento,
no me queda más que tirar piedras al agua.