jueves, 9 de septiembre de 2010

Sin Título, 25.

Como el agua que fluye, plácida.

Como el camino recto que,
flanqueado de sombras, es imposible dejar.
Como la brisa marina que recorre sin prisa
la superficie de un espejo azul.

Como una melodía que se niega a salir,
que va siendo arrancada, perezosa,
que sabe que llegará, remota,
a otros oídos, lejanos, nota por nota.

Como una frondosa selva, verde,
llena de vida, dolor y muerte,
en la que sólo los más fuertes ganan,
en la que el valiente verá el mañana.

Como la Luna, blanca y pura,
fresca, hermosa, caradura,
que mira de lejos un tormento
sin preocuparse del sufrimiento.

Como un amanecer lleno de nostalgia,
en el que una Sol traidor se va
desplazando la esperanza, jugando,
el día en noche truncando.

Como un cielo bello y oscuro, cargado de estrellas, puntos de luz que prometen algo más, que titilan, que se desvanecen, que saben que no llegarás a alcanzarlos. Porque ellos siempre saben más que tú, ellos juegan con la ventaja de la eternidad, ellos conocen una senda que no ha descubierto nadie, y que nadie se ha molestado en descubrir, pero que todos anhelan, lamentando su suerte, porfiando, lanzando gritos de angustia, exclamando a la inmensidad del vacío que están solos, que nadie les ve, les escucha o les entiende, que nadie les enseña lo que ellos no saben. Ellos, que reclaman conocer por qué están ahí, quiénes son, por qué sufren y por qué viven. No se dan cuenta de que todo lo saben esos puntos de luz que nunca hablan.
Esos malditos puntos de luz, que no llegarán.

Sin Título, 24.

Asesino confeso.

Ahora hablo, confesando aquello, todo lo que hice.
Confieso ser un asesino.

He matado palabras, recuerdos,
silencios, sonidos, sentimientos,
letras, estrofas, versos,
sonatas, párrafos muertos,
poesías, escritos, textos,
músicas, ritmos lentos,
alegría, tristeza, momentos,
intimidad, de placer llenos.

He matado mi camino, mi vía,
he matado las estrellas que lo guían,
he acabado con noches sin fin
con argumentos de mente febril,
he destrozado días viendo el sol caer,
observando, sin nada que hacer,
he hecho olvidar la verdad,
sola y simple, sin más.

Confieso que terminaré matando mis propios sueños.
Y entonces será tarde.

Sin Título, 23.

Ven...

Ven conmigo y deja que te lleve
lejos, muy lejos, donde la arena fina
respira un atardecer, blanca, viva,
allá donde nada duele.

Ven conmigo y te llevaré allá arriba,
por encima de la lluvia, de la bruma,
por encima del recuerdo, de la espuma,
donde la verdad sea llana y lisa.

Ven conmigo y olvida cualquier duda,
deja que te convenza, sé que puedo,
aunque quizá digas que no debo
pero habrás comprobado que en el fondo me la suda.

Ven conmigo y te haré llegar al cielo...
Susurros, caricias, noches largas
lengua de fuego, gemidos, sonatas,
déjame que te lleve donde nunca hay duelo.

Ven, déjate arrastrar.
La noche es larga, el día más,
tu recuerdo me mata, duele esperar,
cansan los días, difícil respirar,
meses eternos, no puedo aguantar.

Ven y sueña con ese lugar donde suena la melodía de un violín, dulce, donde no hay disonancias, donde, en el clímax, notas agudas se desgarran en una sinfonía de sentidos, sensaciones, tacto.

Ven y sueña que hay algo más
.

Sin Título, 22.

Más que un recuerdo.

Menos que una ilusión, fantasía, pasión,
más que un nocturno fatal
una variación sin final
el desenlace de un sueño en prisión.

La apariencia de una idea genial
que desaparece pronto, en movimiento,
terrible, a la velocidad del pensamiento,
la impresión de perder algo ideal.

La presencia de un descarado tormento
disfrazado de felicidad
escondiendo la mortandad
que sin remedio lleva el viento.

El abrazar la imposible impunidad
el orgullo no respetar,
darse cuenta y despertar
y mirar que se fue la vecindad.

Rodear, estrechar, sentir,
calmar los ánimos pensando,
volar, tirar razonando,
admitir, y después partir.

Actuar con prisa, sin pausa,
escribir matando letras en un rincón,
destrozando segundos con satisfacción
sin pararse a pensar la causa.

Sonata, sinfonía, variación, fuga.
Nocturno, escritura, claro de luna.