Sol del estío, verano interminable.
Tarde infinita, ardiente viento que asola
la conciencia,
vespertino hastío. Se congelan el tiempo
y la paciencia.
Mente nebulosa, divagas en la soledad
de tu inmadurez,
mientras tu cuerpo recorre las calles que
te vieron crecer.
Se perfila, en la sombra de un oasis
edénico,
una forma, entre el humo, un cuerpo
helénico.
Vibran los segundos con pisadas aún
lejanas.
El aire se carga del silencio de unas olas
heladas.
Sudor, almizcle,
piel dorada,
gritos y susurros.