jueves, 19 de enero de 2012

Sin Título, 42.

Toda esa oscuridad, fría y sin forma.

Parece un cúmulo de hojas de árbol que,
en vez de verdear a la Luna,
se negaran a dejar traslucir
su auténtico color, mente pura.

No parece, y no es, y no existe,
y sólo a los reflejos de las estrellas
es, y existe,
y parece. Y se deja ver.

Se insinúan, bajo el cielo nocturno,
unas formas arbóreas sin vida,
casi muertas, casi vivas, casi siendo,
formas sin forma, sin espinas.

Este vals, "si vite",
tan poco vivo, tan inerte,
tan sediento, tanto árbol verde,
tan violento, tan cerca de la muerte.

Tanta luz, tan poca verdad,
tanta oscuridad, tanto verde,
tanto verde, tanto negro.

Mucho aroma, demasiado,
tanto árbol muerto, tanta flor seca,
Mucha sombra, demasiada,
tanto frío, tanto calor, tantas cadencias.

Y pensar que fue, que era, que había sido,
que la realidad lo consumía
por dentro, que la falsedad lo mataba
tan lento, tan verde, tan negro.

Y reaccionar sin tiempo, "si vite",
espressivo, lento, ma non troppo.

Tanto que fue y quiso ser,
tanto quiso ser en tan poco tiempo,
tanto verde, tanto negro,
lo comió la floresta, el verdor,
la umbría, la razón, la sabia
naturaleza, el manso tronco muerto.

La cadencia, esa ligera muerte,
esa breve despedida, esa suerte,
fue, a la flor, sólo un segundo,
un segundo mortal, tan verde.

La carencia, tan larga y tan viva,
demasiado rápida, demasiado ella,
fue el campo de juego en el que,
casi sin darse cuenta,
se jugó la partida del mañana.

Y aquel atardecer tan rojo,
y aquella playa tan blanca,
y aquel árbol, tan verde, tan negro.

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